A 39 años de la Guerra de Malvinas

Se cumplen 39 años del desembarco militar en las Islas Malvinas, produciéndose una de las guerras más crueles que vivió el país en las últimas décadas. En esta nota, haremos un breve repaso de cómo se vivieron esos tiempos en la ciudad de Comodoro Rivadavia.

2 de abril de 1982. Plena dictadura militar en Argentina. Con el objetivo de perpetuar a los militares en el poder, y correr la mirada sobre los desaparecidos y el desastre económico que enfrentaba el país, el presidente de facto Leopoldo Galtieri, se puso al hombro la tarea de recuperar las Islas Malvinas, que en ese entonces estaban ocupadas por los ingleses.

Enviando a adolescentes y jóvenes adultos, sin preparación o equipamiento adecuado, comenzaba una de las guerras más crueles que vivió el país. Fueron momentos claves para el gobierno militar, que intentaba recuperar el espíritu y la credibilidad de la población, uniéndolos a través del sentir nacional y una sensación de triunfo, confianza y seguridad hacia nuestro Ejército.

En ciudades australes, como Comodoro Rivadavia, este sentir y unidad, se enalteció aún más, por ser una localidad clave que funcionaba como base de operaciones. Desde nuestra ciudad, partían aviones y helicópteros que eran enviados a las Islas con jóvenes de todo el país, a luchar por ellas, a luchar por todos nosotros. Mientras tanto, la presencia de Galtieri en Comodoro Rivadavia era habitual, supervisando o estando al frente de una guerra que desde el inicio estaba perdida, pero no podía dejar que la población lo sepa.

El rol del Hospital Regional de Comodoro Rivadavia fue clave para el desarrollo de la guerra, llegando a alojar a más de 495 heridos. Foto: Archivo Diario Crónica

“Las Malvinas son Argentinas”, se leía en cada comercio, en cada casa o calcomanía pegada en los automóviles. Los gestos de solidaridad llegaban desde todos los rincones del país, y en Comodoro no era la excepción: enormes campañas se realizaban para donar ropa de abrigo, chocolates, comida no perecedera, afeitadoras, bufandas y guantes tejidas a mano, cigarrillos, juegos de cartas y ajedrez, elementos de higiene…y más. Nada, o casi nada de esos elementos tan preciados para los jóvenes combatientes llegarían a destino.

Mientras a nivel nacional todo era sensación de unidad y orgullo a flor de piel, en las ciudades más australes tuvieron que aprender a convivir con la guerra en primera persona, como parte de la cotidianeidad. Los comodorenses practicaban y seguían al pie de la letra los protocolos ante amenazas de bombas enemigas. En escuelas y edificios públicos, colchones y frazadas estaban dispuestas para saber cómo protegerse ante un eventual desastre.

Los oscurecimientos formaban parte de la rutina cotidiana durante el otoño del 82′. Con la llegada de la noche, cada casa en cada barrio, comandados por un encargado de cuadra, debía tapar ventanas y luces, como se pueda. Nadie podía salir de sus casas, y todo debía permanecer lo más silencioso y oscuro posible, con el miedo latente de que los aviones ingleses puedan destruir nuestra ciudad.

Noticias de soldados comodorenses caídos llegaban desde el comienzo de la guerra, al igual que la llegada de combatientes que copaban los hospitales, desnutridos, enfermos y gravemente heridos. Incluso muchas familias se disponían a refugiar por un tiempo a esos jóvenes, mientras se recuperaban el tiempo suficiente para volver a las Islas Malvinas, a seguir resistiendo.

Aunque era un secreto a voces, poco a poco los medios nacionales ya no podían ocultar lo que realmente estaba ocurriendo: el famoso “estamos ganando”, al parecer no era tal. Todo indicaba que el ejército británico llevaba las de ganar, y tomaban el control de las Islas Malvinas. “Perdimos una batalla, pero no la guerra de Malvinas” insistía Galtieri, mientras la sociedad argentina comenzaba a preguntarse si realmente valió la pena tanta sangre joven derramada.

Ya no había mucho más que hacer. De alguna forma, la Guerra de Malvinas fue el puntapié final para dar por terminada la Dictadura, y comenzar a allanar el terreno para la vuelta a la democracia.

A casi cuatro décadas del conflicto, las consecuencias de la guerra siguen repercutiendo en nuestra sociedad actual. Al día de hoy, quedan tumbas de ex combatientes sin identificar en las Islas Malvinas y se calcula que entre 300 y 500 soldados se quitaron la vida, por las consecuencias psicológicas que les dejó la guerra. Es por eso que si bien puede seguir discutiéndose el origen o propósito de la guerra en sí, aún continúa valiendo la pena seguir recordando a aquellos jóvenes que perdieron la vida, convencidos de su sentir heroico y patriótico.

También, vale la pena seguir exigiendo a nuestros líderes en el poder, que continúen buscando la resolución al conflicto de Malvinas mediante la vía diplomática, aprendiendo de los errores de nuestro pasado, con una nueva visión social en donde la muerte y la violencia nunca será la solución.

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