Entre la salud y la economía, elegimos la salud, como si la caída de la economía no fuera una pandemia.
Los síntomas son los mismos, “la otra pandemia” afecta la salud de miles de habitantes en el mundo y también deja muertos. Pero aquí nosotros corremos de atrás, porque nuestras posibilidades de sobrevivir son menores, sensiblemente menores.
Dos señoras del espectáculo ayer anunciaron su indigencia, las empresas de colectivos por falta de fondos podrían paralizar el transporte, restaurantes cerrados ya no podrán pagar sueldos de sus empleados y no saben si podrán volver a abrir si es que todo vuelve a la normalidad, mil trescientas PyMEs del calzado al borde de la quiebra.
Y podríamos seguir contando miserias, que están matando día a día a emprendedores, trabajadores artesanos que no podrán volver a levantarse. Y detrás de ellos, familias enteras.
Mientras uno piensa en la prórroga de la cuarentena, otro en el impuesto patria y un tercero en la emisión como remedio; los indicadores del avance de “la otra pandemia” asustan.
En la toma de decisiones cualquier semejanza con Curly, Larry y Moe, es pura casualidad.
Mientras muchas empresas para sobrevivir casi sin anunciarlo acuerdan rebajas de sueldos, el sector público se hace el distraído. Aislados en cuarentena intelectual, las decisiones estratégicas miran un solo indicador diario: el número de nuevos infectados y muertos. Y al compararlo con algún vecino, los dirigentes se “autofelicitan” por lo buenos que son, desdeñando el termómetro de la otra pandemia,que ayer marcó 103.
Se necesita mucho talento para manejar esta insólita situación. Talento que en palabras de Ortega significa la capacidad de pensar pensamientos sutilmente acordes con la realidad -no es salud o economía, es salud y economía-, pero lamentablemente pareciera que carecemos del mismo. Las decisiones para controlar el virus deberían advertir que en el cementerio nadie se contagia.