Sana, sana…

¿Qué diferencia habrá entre decirle a un niño: “Sana, sana, colita de rana, si no sana hoy, sanará mañana”, y ofrecer un alimento cargado de azúcares para calmar una afección del cuerpo o del alma?

La diferencia es muy significativa, si pensamos en el gran desorden que tenemos a nivel mundial con las cifras crecientes de obesidad infantil.

En momentos en los que comenzamos a comprender el significado de una pandemia, sepamos que la obesidad infantil, también lo es.

Cuando calmamos la angustia que produce el aburrimiento, un porrazo o una pelea entre amigos, con golosinas, sólo estamos enseñando que eso “llenará” más que el mimo de un “sana, sana, colita de rana…”.

Así, el niño crecerá aprendiendo que sus penas se alivian con comida y estarán más propensos a vivir presos del “hambre emocional”.

Si somos capaces de desvincular las emociones del hambre, podremos tener una buena relación con la comida.

Ante la frase típica: “Estoy aburrido”, pensemos distintas respuestas. Podríamos proponer leer un cuento, armar un rompecabezas o jugar a la mancha. Todo aquello que acaricie el alma sin la intervención de alimentos chatarra.

Hay muchas maneras de reconocer los logros de los pequeños y no necesariamente tienen que vincularse con la comida, así favorecemos sus buenas actitudes, pero no su hambre emocional.

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