La garantía del Estado

La verdad, yo no existiría sin el Estado. Soy un producto del Estado. La mayoría de los miembros de mi familia son trabajadores estatales. Estudié en una Universidad Pública. La primaria y la secundaria fueron en un colegio privado, pero pagados con un sueldo estatal.

Este ambiente pandémico que atravesamos me obliga mucho a pensar, a recordar, a comparar. Y no me gusta mucho comparar esta situación con la crisis del 2001 porque creo que son contextos muy distintos en todos los niveles. Pero lo que me lleva a la comparación obligada es la del rol del Estado en estos casos.

Como les contaba, soy hija de una docente, sobrina de un médico de hospital público y hermana de un trabajador administrativo de la salud, también de un hospital público.

En 2001, tenía 16 años y mi familia vivía en Buenos Aires del sueldo docente de mi mamá y la pensión mínima de mi abuela. Mi hermano todavía no trabajaba porque es algunos años más chico que yo.

Cuando estalló la crisis y apareció el corralito, el principal problema que tuvimos fue el tema de los ingresos. Mi mamá podía sacar sólo 150 patacones semanales. Los cuales teníamos que usar para pagar las cuotas del colegio, pagar servicios, cancelar deudas, y también comprar comida para cuatro. Obviamente no alcanzaba. El débito era casi inexistentes en los comercios del barrio del conurbano bonaerense donde vivíamos en esa época, y los famosos patacones no eran muy bienvenidos. Los aceptaban a un precio menor.

Recuerdo hacer colas eternas en los cajeros automáticos, con mi mamá, por más de 5 o 6 horas por esos 150 patacones. Recuerdo la administración cuidadosa de esos “papeles”, buscar quien los acepte, y cuidarlos mucho. No había pesos.

Pero también recuerdo a mi mamá explicarme en ese contexto la importancia de ser empleado del Estado. Yo veía caer en la ruina a las familias de mis amigas y amigos, pertenecientes al sector privado, pequeños comerciantes, taxistas, remiseros, cuentapropistas, empleados de grandes cooporaciones. Mi mamá me decía: “En el Estado, mal o bien, siempre vas a tener sueldo, obra social, y tus derechos protegidos. Si el Estado quiebra, todo lo demás desaparece. En momentos de crisis ser empleado del estatal es lo más seguro”.

Y ese discurso se mantuvo a lo largo de los años. Ella al día de hoy, sólo toma préstamos o crédito de bancos públicos o estatales, porque dice que si le pasa algo y no puede pagar, sólo le embargan el sueldo.

Yo nunca trabajé en el Estado. Siempre estuve en el sector privado. Y en este contexto, aún cuento con la seguridad que me trasmite saber que mi familia está contenida en esa estructura.

Y eso me da tranquilidad. El rol del Estado en el contexto que atraviesa el mundo se puso, de pronto, en primer lugar. Alberto no se cansa de repetirlo. Un Estado presente es la única receta para salir de ésto. 

Y yo pienso, una vez más, en lo que me decía mi mamá en 2001 y los primeros meses de 2002. Ser empleado estatal en tiempos de crisis es un privilegio. Uno que nos ubica un poco más lejos de la incertidumbre.

Cuando todo esto pase, los empleados del Estado, tienen asegurado el trabajo, la obra social, y el salario. Y eso es mucho más de lo que pueden decir el resto de los sectores.

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