Spiritfarer – Al mas allá

Un cambio terapéutico de lo usual, para acabar el año con una sonrisa.

Vamos a ser honestos, 2020 fue una patada. Un año lleno de problemas por doquier y estrés hasta el hartazgo. Si este año te dejó dolido, Thunder Lotus trajo el mejor calmante.

En Spiritfarer, asumimos el rol de Stella, una chica que con su gato es ahora encargada de llevar almas hacia el eterno descanso. Usando una nave gigante, toca recoger a los pasajeros en las islas explorables, remediar sus penas y conocerlos hasta un punto íntimo, donde finalmente están listos para ascender. 

El juego se enfoca en administrar e manejar el barco y el estado de animo individual de los pasajeros. Fuera de optimizar los recursos y buscar mejorar tanto el funcionamiento útil como tener a todos nuestros pasajeros cómodos, tenemos que amigarnos de las almas, todas manifestándose como animales.

Algunas rechazan comer cierta comida, otras prefieren tener su propio cuarto de cierta forma, y no es inusual que nos pidan cosas específicas. Entablar las relaciones y conocerlos es el punto emocional de la aventura, como si tener un botón dedicado a abrazarlos no fuera obvio.

Aparte de mantenernos ocupados, cada alma deja algo que aprender a futuro. Inicialmente solo podemos hacer comida simple, pero Atul nos enseña a mejorar las recetas. Astrid nos explica como hacer lingotes útiles para vender o fabricar recursos, o Summer que las cosechas crecen con música.

La visible evolución de nuestro timón es el progreso más claro de nuestros logros, y eventualmente tenemos una estructura gigante a nuestro mando.

Fuera de los personajes e islas a explorar, gran parte del carisma en la obra proviene de su estética y sonido. No solo de lucir como una película animada al estilo DreamWorks, el apartado sonoro, especialmente la música de Max LL, trae gran parte de los golpes emocionales. Hay que ser una roca para no soltar una lagrima a veces.

Es perfectamente posible que el aspecto de manejar el bote y sus recursos se haga monótono o superficial. Tras unas quince horas tengo comida para alimentar a mis seis pasajeros sin temer que pasen hambre, y tanto dinero para plantar tanta fruta como guste.

Hasta puede hartar el empeño de la animación tras la décima vez que se ve a Stella realizando sastrería de lana. 

Pero tras añadir fotos familiares al cuarto de Alice, una anciana viuda, su reacción de pura alegría me sacó una sonrisa legítima. No creo que haya una mejor forma de describir la simple satisfacción emocional que trae esta obra.

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